Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.

Yahvé dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano? Replicó Yahvé: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”

(Génesis, 4, 8-10).

“San Agustín se adelanta al psicoanálisis al darnos una imagen ejemplar de un comportamiento tal en estor términos: «Vidi ego et expertus sum zelantem parvulum: nondum loquebatur et intuebatur pallidus amaro aspectu conlactaneum suum»; «Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano, de leche». ¡Así anuda imperecederamente, con la etapa infans (de antes de la palabra) de la primera edad, la situación de absorción espectacular: contemplaba, la reacción emocional, todo pálido, y esa reactivación de las imágenes de la frustración primordial; y con una mirada envenenada, que son las coordenadas psíquicas y somáticas de la agresividad original¡”.

J. Lacan. La agresividad en psicoanálisis[1].

“Déjenme hacer amigos, porque en lo respecta a los enemigos, el vientre de mi madre se encarga.

C. Lechartier. Un traumatismo muy banal. [2].

“Qué tiene la mama en la panza, dice una madre a su hija insegura de si esta ha comprendido que está embarazada. La niña responde con voz grave: un tonto”

L. Kancyper. El complejo fraterno y sus cuatro funciones[3]

Fue la práctica clínica y sus avatares, como suele ocurrir, amén de las resonancias personales que en cada uno de nosotros convoca el ejercicio de la escucha analítica, lo que me llevó a fijar mi atención en el tema de los celos hace algún tiempo. El encargo de coordinar esta mesa resucitó el interés en esta dirección que había despertado principalmente en mí un paciente al que atendí aproximadamente durante dos años, por la extrema dificultad que me supuso la relación terapéutica.

1. A propósito de un caso de celos.

Este hombre del que les voy a hablar de modo breve, que cumple 50 años al poco de iniciar el tratamiento, se había trasladado a vivir recientemente a Murcia, destino final (por el momento) de un largo periplo que le había llevado a dejar su casa natal y deambular sin rumbo fijo por el mundo. Viene a verme a instancias de su pareja, a la que conoció en su trabajo anterior y con la que lleva viviendo los últimos 8 ó 9 años, los últimos en Murcia. Al principio de su relación el la ayudó mucho, posteriormente ella le propone instalarse en Murcia en busca de mejores perspectivas laborales y personales. Ahora ella le ha dado un ultimátum: de no iniciar una terapia ella no quiere seguir con la relación, principalmente por sus explosiones de ira y su mal carácter.

En el deterioro de la relación han influido diversos factores entre los cuales hay que destacar el carácter muy difícil de mi paciente, el relativo aislamiento social en el que vive la pareja, las dificultades económicas, las malas relaciones sexuales y la circunstancia de tener el trabajo ubicado en su propia casa y en un espacio muy reducido, lo que significa una convivencia de muchas horas en poco espacio, continuos roces, indiferenciación de la vida privada y el trabajo… Un ambiente que mi paciente describe como asfixiante, sin espacio para respirar. Pero por encima de todo, la acusación de haber sido engañado, de haber venido sometido a engaño, es la que le envenena el carácter. De qué engaño se tratará…

Para instalarse en Murcia, dadas las dificultades laborales que atraviesan en ese momento, cuentan con el respaldo que la familia les proporcionará; una familia que –al decir de mi paciente –, se suponía muy bien ubicada y con importantes contactos en la zona. Los inicios, sin embargo, son difíciles y las influencias y el poder de la familia política dista mucho de las expectativas que había alimentado mi paciente.

A partir de ahí comenzará a alimentarse la idea de haber sido engañado por su mujer y estafado por esta familia, que además no le reconoce los méritos que él cree tener dada su trayectoria profesional. Las razones para abandonar su anterior trabajo y lugar de residencia se resumen en una frase: el estaba muy bien hasta que llegaron cuatro críos que se mataban por trabajar cobrando menos.

El odio que mi paciente llega a desarrollar respecto de todo lo que está relacionado con su mujer, su familia, y el entorno en el que vive se hace muy difícil de soportar, escucharlo es una actividad penosa porque su relato está impregnado por el desprecio que destila contra todo lo que le rodea, junto con una reivindicación yoica rayana en la grandiosidad. Todo lo que está a su alrededor ha sufrido una devastación absoluta y lo encontramos en una retracción narcisista en la que resulta muy difícil mantener el vínculo transferencial, habida cuenta las exigencias de identificación crecientes que me plantea, exigencias subsecuentes del trabajo de despliegue de su mundo herido, del acceso a su dolor narcisista.

Para que pueda expresar su lamento de héroe caído yo debo mantener un silencio casi absoluto, pues cualquier movimiento por mi parte rompe el encantamiento de alma gemela en el cual el paciente me ha ido colocando. Esta identidad de percepción que precisa para mantener el vínculo es difícilmente sostenible. Por otra parte sus injurias contra todo lo que le rodea dan poco o ningún lugar a la ambigüedad o a la ambivalencia, necesita ser creído a pie juntillas y cuando cree que dudo de él estalla y amenaza con abandonar el tratamiento, pero también con marcharse, dejar Murcia y a su pareja, dejarlo todo.

Tal investidura yoica, fruto de la retracción narcisista, dará lugar a una serie de síntomas de tipo alérgico principalmente que le llevan a perder la voz a menudo, acompañados frecuentemente con crisis de tipo asmático, así como de una secuela de síntomas más vagos centrados en el cuerpo .

Como ya he señalado en textos anteriores[4], lo que le ocurre a este hombre es bastante frecuente, le ocurre a muchos otros hombres que no se tratan a sí mismos mejor a los demás, de manera que también se hace fuertes reproches por haber cometido un error imperdonable, un error que estará recriminándose mientras viva.

En el desarrollo del análisis, con las dificultades que este tipo de transferencia masiva implica, vamos a intentar encontrar las razones para una debacle como la que ha sufrido este paciente, dejamos la interpretación postergada en beneficio de un acompañamiento mucho más cercano que le permita desarrollar una confianza rota en el otro. Esta confianza rota no puede explicarse solamente por la difícil convivencia con su pareja, sino en la repetición de lo traumático infantil, algo que nuestro paciente nos lo advierte cuando nos dice que lleva toda su vida en análisis. Así veremos que poco a poco la imagen de su pareja se va conformando como un doble de la imagen infantil de su hermana.

De esta hermana, unos años menor, habla con rabia no disimulada, esforzándose en dejar bien claro desde el principio, que no hay ningún parecido entre ambos, que nunca ha habido una relación fraternal, que ella es una mujer estúpida y presuntuosa y cuya vida ha sido un desastre, pues habiendo tenido todo el apoyo de sus padres no ha logrado nada. Eso sí, siendo menos inteligente que él fue más trabajadora y acabó sus estudios superiores. El paciente no obstante, es absolutamente refractario a aceptar cualquier sugerencia acerca de haber tenido celos de ella.

A su mujer también la acusa de invadirle su espacio vital hasta impedirle respirar, acusación agravada por la circunstancia de que es una empedernida fumadora, lo que complica sus problemas respiratorios, además del hecho de que trabajan todo el día juntos en la propia casa. Estas críticas se intensifican a medida que el paciente puede desplegar y generalizar su malestar, familia, amigos, entorno, ciudad… todo lo que es exterior al yo se convierte en hostil y persecutorio, en una amenaza para el yo.

Ahora bien, a pesar de todo ello es el yo quien se siente culpable de todo lo que ocurre, lo cual protege al paciente de caer en la paranoia, a pesar del tinte profundamente persecutorio de sus ideas.

En la reconstrucción de su historia familiar y en las razones de su tan largo periplo mundano, encontramos que el mismo odio que destila contra su entorno actual se generó contra su familia. De hecho dice que no ha querido tener hijos para no joderles la vida como sus padres hicieron con él. A su madre la describe como una enferma depresiva que pasó media vida en la cama medicada con antidepresivos, hasta que contrajo un cáncer del que murió joven, hace aproximadamente veinte años. No obstante conserva de ella un lazo positivo cuando dice que si ella hubiera sobrevivido las cosas habrían sido diferentes.

Con su padre las relaciones fueron muy turbulentas en la juventud habiéndose pacificado solamente en los últimos tiempos y después de haber estado años incomunicados, las relaciones se han restablecido fundamentalmente gracias a la intervención de su mujer. En esa época juvenil, tras abandonar sus estudios universitarios, se alejó de su familia al no aceptar las exigencias paternas, exigencias que parecen girar en torno a un concepto de la vida más burgués y conservador.

Si las relaciones con su hermana nunca fueron afectuosas, con el reparto de la herencia materna se agravaron, el paciente está convencido que ella le engañó doblemente, primero respecto del monto total a repartir, después pidiéndole su parte en préstamo y no devolviéndosela más que pasado mucho tiempo y de modo incompleto.

Aún así, en la actualidad el paciente se ocupa de ayudarla a ella y a su padre, dada la difícil situación de ambos por motivos bien diferentes. En el primer caso por la edad y los avatares económicos que le llevaron a arruinarse para volver a sus orígenes modestos, siendo la relación más de acercamiento afectivo que de tipo económico. En el caso de la hermana, separada y con dos hijas a su cargo, la ayuda comenzó con la enfermedad psiquiátrica de la hija mayor y posteriormente al contraer su propia hermana una grave enfermedad que la incapacita para trabajar. No obstante la ayuda – generosa, hay que decirlo –, no deja de despotricar de modo inmisericorde contra ella pudiendo concluir que se trata de un fuerte odio fraternal que le une más que separarle de ella.

2. Los celos fraternales.

La cuestión que se nos plantea es de qué manera los celos, celos fraternales muy activos, sobredeterminan de modo traumático la realidad vivenciada, como le ocurre a mi paciente, que no puede escapar a la repetición de una situación traumatizante que, o bien destruye, o al menos pone en peligro su estabilidad y su futuro[5],

Por ejemplo cuando su mujer le amenaza con separarse él se lamenta que todo está a nombre de ella, que si se separan se queda sin nada, y eso que él le lleva hasta el desayuno por la mañana a la cama, pero de qué le ha servido…se lamenta amargamente. Este hombre se queda sin nada, no porque todo esté a nombre de su mujer, sino porque su propia identidad está empeñada en esta lucha fratricida con su pareja, que rememora y repite otra de la infancia.

Los celos arruinan su vida de pareja, arduamente conseguida, es un hombre difícil, de genio pronto, que se ha pasado la vida de un lado para otro del mundo, sin arraigo en ninguna otra parte que en su infancia y en una leyenda familiar con tintes idealizados (sobre la que no me puedo extender, de la que contradictoriamente se retracta, contra la que protesta con la misma energía adolescente, pero que es el único arraigo mundano, además de un puñado de amigos, con los que mantiene un contacto telefónico o a través del correo electrónico.

El drama de este hombre me conmueve más allá del rechazo frontal que provoca en su relación con el otro, una relación marcada siempre por el rechazo, la reivindicación narcisista, el complejo de víctima propiciatoria y un rencor rayano en el odio. Lo que se conmueve en mí probablemente se sitúa más allá de todas esas defensas, donde habita un niño lastimado que se lamenta de la enorme pérdida de su condición de heredero de una leyenda familiar heroica.

La posibilidad de que emerja ese sujeto aislado y aterrorizado pasa por ir más allá de la injuria yoica proyectada sobre los otros en la medida en que no reflejan su especularidad narcisista, herida en lo más profundo de su self.

La posibilidad de ir más allá de la repetición pasa por la resignificación de sus experiencias, o como dice Hornstein, la simbolización historizante, tarea ardua por lo que tiene de desidentificación. Fuera del marco de la repetición el sujeto se enfrenta en soledad a un porvenir incierto, sin la seguridad que puede dar el infortunio de sentirse víctima de un destino aciago, héroe por lo tanto en el reverso del espejo.

Cómo articular estas experiencias de manera que el paciente puede complejizar sus celos, es decir, pueda transformarlos en un complejo que, al igual que el Edipo a las pulsiones, los ponga a trabajar en beneficio de la sublimación.

¿Qué lugar ocupan los celos en la teoría psicoanalítica?, ¿como se articulan con el desarrollo de la subjetividad?, ¿qué relación tienen con la identificación? Estas y otras preguntas que nos hacemos en relación tanto a este como a otros casos nos conducen a la obra de Freud.

3. Los celos en Freud.

En la correspondencia que Freud mantiene con su amigo Wilhem Fliess, que algunos han llamado el “análisis original” éste le da cuenta a su interlocutor de cómo anida en él este sentimiento universal; dice Freud al respecto[6]:

“…que yo he recibido a mi hermano varón un año menor que yo (y muerto de pocos meses) con malos deseos y genuinos celos infantiles, y que desde su muerte ha quedado en mí el germen para unos reproches”.

Freud, S.: Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Carta 70 (3 y 4 de octubre de 1897)

Y en la siguiente carta le comunica lo siguiente:

“Un solo pensamiento de validez universal me ha sido dado. También en mí he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre, y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana, si bien no siempre ocurre a edad tan temprana como en los niños hechos histéricos. (Esto es semejante a lo que ocurre con la novela de linaje en la paranoia: héroes, fundadores de religión.) Si esto es así, uno comprende el cautivador poder de Edipo rey, que desafía todas las objeciones que el intelecto eleva contra la premisa del oráculo, y comprende por qué el posterior drama de destino debía fracasar miserablemente”.

Freud, S.: Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Carta 71 (25 de octubre de 1897)

De modo casi inadvertido vemos como el genio de Freud convierte un suceso particular, los celos que siente al nacimiento de su hermano, en un acontecimiento universal, estructurante de la experiencia humana. Más aún, en función de la precocidad, esta vivencia de celos puede estar anudada a una problemática neurótica.

Parece que podemos situar de entrada dos matrices diferenciadas para comprender este complicado asunto de los celos, una nos conduce a la rivalidad edípica, la otra nos sitúa en el complejo fraterno. De hecho en la definición más paradigmática que podemos encontrar en Freud, en un texto del año 22 se reproduce esa doble adscripción a los celos:

“Sobre los celos normales hay poco que decir desde el punto de vista analítico. Se echa de ver fácilmente que en lo esencial están compuestos por el duelo, el dolor por el objeto de amor que se cree perdido, y por la afrenta narcisista, en la medida en que esta puede distinguirse de las otras; además, por sentimientos de hostilidad hacia los rivales que han sido preferidos, y por un monto mayor o menor de autocrítica, que quiere hacer responsable al yo propio por la pérdida del amor. Estos celos, por más que los llamemos normales, en modo alguno son del todo acordes a la ratio, vale decir, nacidos de relaciones actuales, proporcionados a las circunstancias efectivas y dominados sin residuo por el yo conciente; en efecto, arraigan en lo profundo del inconciente, retoman las más tempranas mociones de la afectividad infantil y brotan del complejo de Edipo o del complejo de los hermanos del primer período sexual…”.[7]

En este sentido dice Freud en Más allá del principio del placer:

“El vínculo tierno establecido casi siempre con el progenitor del otro sexo sucumbió al desengaño, a la vana espera de una satisfacción, a los celos que provocó el nacimiento de un hermanito, prueba indubitable de la infidelidad del amado o la amada…ahora bien, los neuróticos repiten en la trasferencia todas estas ocasiones indeseadas y estas situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad… se la repite a pesar de todo; una compulsión esfuerza a ello”.

De manera que el nacimiento de un hermanito es como el certificado de defunción de un narcisismo primario, el fracaso de la sexualidad infantil, la muerte de una creencia que Kancyper[8] denomina “unicato” una especie de reinado infantil basado en lo incondicional del amor materno, y en la creencia de ser hijo único, creencia que todos hemos albergado en algún momento, a despecho de la realidad objetiva.

Para Freud, en el texto citado, los celos son fundamentalmente de tres clases: los normales, los proyectados y los delirantes. A esas tres clases hay que sumar los celos edípicos.

Los celos normales están compuestos del duelo por creer que se ha perdido el objeto amado, la herida narcisista subsiguiente, la hostilidad para con los rivales y los reproches sobre el propio yo, al que se culpabiliza de la pérdida. En este sentido podríamos decir que los celos de mi paciente son normales, lo cual no creo que le aportara mucho alivio saberlo.

Los celos proyectados, son los que atribuyen al otro los deseos reprimidos en uno mismo. Freud los refiere a la infidelidad sexual, pero es evidente que su campo de acción es mayor. En el caso que comentamos mi paciente atribuye a su hermana procedimientos y manejos que parecen claramente proyectados por él en ella.

Los celos edípicos, por su parte, están basados en la rivalidad con el padre por la posesión de la madre. Freud diferencia los celos edípicos de los celos fraternos, y podría parecer una distinción gratuita, ahora bien: ¿podemos reducir sin más toda la compleja problemática de los celos entre hermanos, de la envidia y la rivalidad, de las identificaciones, diciendo que se trata de celos edípicos, celos por la posesión de la madre, o “de la teta de la madre”, como dice Deburge[9].?

4. Del doble al otro: la subjetividad en apuros.

Dice Kancyper que el complejo fraterno “ejerce una función elaborativa fundamental en la vida psíquica… en cambio, el sujeto que permanece fijado a traumas fraternos, no logra una adecuada superación de la conflictiva edípica y permanece en una atormentada rivalidad con sus semejantes”.[10]

En la dinámica de la transferencia este paciente irá depositando cada vez más su crispación en el marco de las sesiones, bien sea sobre el encuadre –que vigila de modo obsesivo –, bien sea sobre la recepción que yo hago de sus comentarios y diatribas contra todo lo que le rodea – recepción totalmente exenta de crítica –. Ello nos va a permitir desplegar de nuevo una hermandad, una fraternidad, tan difícil, contradictoria y conflictiva como la que debió vivir en su infancia. Continuas explosiones de ira, imprecaciones contra todo lo que le rodea, amenazas de marcharse y cuestionamiento de mi capacidad como terapeuta se suceden con periodos en los que despojado de hostilidad va desgranando la letanía de sus padecimientos, o bien reconstruyendo una historia familiar con tintes novelados, en la que deposita todo su afecto y su ternura, bajo la atenta mirada de una madre que permanece cercana y silenciosa.

Poco a poco, esa capacidad de reclamarse miembro de una familia, él que había sido un paria durante años, se irá extendiendo hasta su octogenario padre, con el que tendrá un reencuentro verdaderamente emotivo, y también aunque en menor medida con su mujer y su hermana, a las que puede reconocer parcialmente, respecto de la primera al reconocer en ella una actitud amorosa y no beligerante con él, en el caso de la segunda acuciado por el rebrote del cáncer que a ella le sobreviene. Va apareciendo una atención y una capacidad de cuidado, de preocupación por el otro, de reconocimiento mutuo –sobre todo con el padre –, impensable meses atrás.

Es evidente que una actitud más interpretativa por mi parte hubiera dado al traste con la posibilidad de esta deriva, y que el paciente habría tomado mis intervenciones –que de todos modos a veces no lograba evitar –, como una nueva agresión y un nuevo rechazo.

En la dinámica de la transferencia, este paciente me va llevando hasta el envite de la situación temida, poco a poco voy ocupando el lugar de esa hermana envidiada y odiada de la infancia, un doble semejante, al que está identificado, y por lo tanto odioso, pero del que necesita desprenderse para poder reconocerlo como otro.

Así en una verdadera “secuencia dolorosa de la transferencia” como dice Nasio, la precisión milimétrica con la que el paciente calibra cada gesto mío se hace asfixiante, tan asfixiante como debe sentir él a su mujer, como debió sentir a su hermana. Mi recibimiento, mi actitud, mis palabras, todos los aspectos del encuadre son examinados con lupa, el ruido del teléfono (que silencié tras una crisis furiosa ante la perturbación que le producía el sonido de llamada), incluso mis intervenciones fueron siendo cada vez más inaudibles en busca de ese narcisismo primario imaginario, que sólo un espejo mágico puede proporcionar.

De este modo, no obstante, podemos comprobar que, a medida que sus rabietas son toleradas sin respuestas vengativas, a medida que sus explosiones de ira son contenidas sin por ello ser expulsado o castigado, a medida que el marco se va adaptando, el paciente irá recuperando una historia familiar más humanizada y compleja, irá ubicándose en una genealogía familiar a través de la identificación con los ancestros que abandonaron su tierra natal –como él tuvo que hacer –, que lentamente le permite acercarse hasta su padre y su hermana, con los cuales las relaciones internas y externas evolucionan de modo impensable al inicio del tratamiento.

Podemos por tanto avanzar, antes de concluir, que el complejo fraterno es un medio privilegiado para que el sujeto pueda ir más allá de la problemática del doble especular –la envidia, la rivalidad, el delirio persecutorio…–, al reconocimiento del otro en su alteridad.

En uno de sus trabajos más clásicos[11] Lacan ofrece una excelente contribución sobre la gestación del yo, con el estadio del espejo; un yo del que destaca su matriz imaginaria y su carácter alienado en el otro materno idealizado, pero no toma en cuenta la capacidad que tiene el yo para integrar lo antitético, ese carácter contradictorio del yo que destaca en sus textos Hornstein., esa “duplicidad que constituye al yo[12]” dividido entre su parte funcional adaptativa y su carácter de representación. Cuando hablamos de integrar no hablamos de eliminar las tensiones que constituyen al yo, sino de articularlas, de hacerlas habitables.

El complejo fraterno es un lugar en que el yo despliega su duplicidad, su carácter contradictorio, esa ambivalencia que lo constituye, obligado a afirmarse y necesitado de reconocimiento, pero si el sujeto logra tramitar el malestar creado por la aparición de los celos, si logra conjugar el malestar de su narcisismo y poner a trabajar su agresividad, eso probablemente le permita anudar en la fraternidad el reconocimiento del otro, no como un doble persecutorio esta vez, sino como un verdadero alter ego, como un verdadero otro en el que me reconozco para poder decir que existo, para poder decir ”reconozco que eres real”[13].

*Esteban Ferrández Miralles
Sta Teresa 19, 2º entlo. A
30003. Murcia
e-mail: eferrandezm@ono.com
Murcia, 6 de abril de 2005.

[1] Lacan, J.: La agresividad en psicoanálisis. Escritos I. Siglo XXI Editores, Méjico, ….

[2] Lechartier, Ch.: Un traumatismo muy banal. Reflexiones sobre los celos entre los hermanos. Libro anual del psicoanálisis, 3. Biblioteca Nueva. Madrid, 2001

[3] ApdeBa. Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. (doc. de internet)

[4] “La violencia desde la perspectiva de género” Seminario de violencia. Mancomunidad de Municipios Valle de Ricote.

[5] Como señala Kancyper en el texto citado, la repetición puede adoptar incluso la forma de “Los que fracasan al triunfar”, patología grave descrita bien descrita por Freud.

[6] Freud, S.: Obras Completas, Vol, 1. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud.

[7] Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad. FREud s. Vol xviiii, 1922

[8] Kancyper, L.: El complejo fraterno y sus cuatro funciones. ApdeBa. Internet

[9] Para Anne Deburge los celos edípicos se basan en la rivalidad con el padre por la teta de la madre. Deburge, A.: ¿Por fin celosa? Libro anual del psicoanálisis 3. Biblioteca Nueva. Madrid, 2001.

[10] Kancyper. Op. cit.

[11] Lacan, J.: “La familia”. Ed. Argonauta. Barcelona, 1978.

[12] Hornstein, L.: Narcisismo e intersubjetividad. Notas sueltas para un debate (inédito)

[13] Benjamin, J.: “Los lazos de amor”. Paidós, Buenos Aires, 1996.

Esteban Ferrández Miralles