La revista PSYCHIATRY ON LINE ITALIA está publicando una serie de artículos muy interesantes en relación al COVID-19, con actualizaciones diarias, que congrega a distintos profesionales de la salud mental y el psicoanálisis que están haciendo un esfuerzo por atender a la realidad manteniendo su capacidad de observación y reflexión.

Hemos traducido el artículo de Luigi D´Elia, publicado en esta serie de artículos, a partir de la recomendación que hace de él Bifo en la segunda entrega de su Crónica de la Psicodeflación, buscando en las referencias que propone un artículo, en un trabajo ascendente hacia las fuentes, haciendo lo que los documentalistas llaman una “búsqueda de perlas”.

Agradecemos al editor de la revista, Francesco Bollorino, por facilitar la difusión de estos trabajos.

COVID-19: La pandemia es como un Tratamiento Sanitario Obligatorio.

[Artículo original: “COVID-19: La pandemia è come un Trattamento Sanitario Obbligatorio collettivo” publicado el 21 de marzo de 2020.]

La pandemia es como un tratamiento obligatorio de salud (TSO) para toda nuestra civilización. Ahora sería preciso comprobar si es posible convertirlo en un tratamiento voluntario de salud (TSV).

En mis treinta años de carrera profesional, especialmente en el pasado cuando estaba en la trinchera, en las comunidades terapéuticas, creo que he tenido bastante éxito en la tarea de transformar el potencial tratamiento obligatorio de pacientes en crisis, en un tratamiento voluntario. Todos sabemos que esta conversión es un factor determinante en el cambio y buena evolución que tendrá el tratamiento, respecto al proceso de recuperación de un paciente en plena crisis, en comparación con la naturaleza traumática de un tratamiento obligatorio y la violencia que representa siempre para la persona que lo sufre.

Creo que en este momento histórico lo que está sucediendo es muy similar a la situación de un paciente delirante en plena crisis psicótica o maníaca que debe elegir si someterse a un TSO o elegir, correctamente, un TSV.

Esto es lo que sostiene la revisión de Lancet del 26 de febrero de 2020 sobre el impacto psicológico de la cuarentena, ya mencionada en mis otros artículos e intervenciones, donde sugiere, entre otras cosas, que para mitigar los efectos traumáticos del estrés durante la cuarentena es importante que quienes la pasan se sometan a hacerlo voluntariamente y con un espíritu de colaboración y desinterés. Por lo contrario, aquellos que viven la cuarentena impuesta desde arriba, la experimentarían con mayor dificultad.

Los organismos evolucionados se adaptan a los cambios en el ecosistema que habitan. Necesitamos entender rápidamente qué adaptación nos demanda este virus como civilización a la luz de los síntomas psicosociales que está generando y del significado profundo de los mismos.

Sin embargo, un virus, que es un fragmento mutante de ARN, que tiene el único propósito de implantarse simbióticamente en la especie huésped (es decir, nosotros) y reproducirse lo más posible, también decide salvar la vida del 99% de nosotros, ha decidido enviarnos a La planta de psiquiatría, o como alternativa, nos obliga a revisar por completo nuestra forma de estar en el mundo.

Tal como sucede en la vida de aquellos que enfrentan una detención a nivel personal, a través de un síntoma o malestar indeterminado, y luego recurren al psicólogo, aquello que produce esa detención no se considera una coincidencia en absoluto. La palabra casualidad, o suerte, o mala suerte, son palabras abolidas en la consulta de un psicoterapeuta. No hay nada parecido a “el caso”: existe la historia, con antecedentes y consecuencias, con vínculos y causas no lineales, pero evidentes, con un antes y un después.

Incluso el virus no es una coincidencia para nuestra civilización, y también parece ser el producto de una historia, la historia de las acciones humanas en el ecosistema. En una palabra, el virus es una reacción violenta del antropoceno. Cuanto antes lo entendamos y lo enfoquemos claramente, antes podremos convertir este TSO sin sentido en un TSV útil.

El virus y el miedo

<<Ma più del lupo fa l’Inferno paura!>> A. Branduardi: Il Lupo di Gubbio [NT: Da más miedo el infierno que el lobo.]

El miedo, si está bien enfocado, es la principal motivación para el cambio. Jung lo dice claramente: «donde hay miedo, ahí está la tarea«. Cada solicitud de psicoterapia, mirada de cerca, explícita o implícitamente contiene un miedo. Afortunadamente

El miedo es básicamente un problema de enfoque y objeto. La amígdala excita y activa todo el cerebro emocional de los mamíferos, pero luego depende de la corteza supervisar e integrar la respuesta más apropiada. Si hay una forma de hacerlo y si hay tiempo. El miedo es un mecanismo biológico (prepsicológico, irreflexivo) absolutamente saludable: sin miedo, ningún animal está adaptado.

¿De qué tenemos miedo ahora? Ya sea que estemos en cuarentena o en las zonas de más riesgo. ¿Al contagio? ¿A morir? ¿A la soledad? ¿De la pobreza? ¿Del cambio en nuestras rutinas? ¿De la restricción de la libertad? ¿Del vacío y el aburrimiento? ¿De la depresión? ¿Del ejército en las calles? ¿De que el mundo nunca volverá a ser como antes? ¿O de todo esto al mismo tiempo?

Que cada uno pruebe a buscar su principal, auténtico y saludable miedo. Concéntrese en él y manténgalo en la medida de lo posible, sin reaccionar. Solo escuchándolo. Pongamos en juego la corteza frontal.

La falta de un enfoque real determina la opción de si el miedo será un motivo de «ocupación» o «preocupación».

En el primer caso, es decir, trato con las razones razonables de mi miedo: pregunto, selecciono de forma restrictiva las fuentes oficiales y aquellas a las que reconozco autoridad, minimizo el ruido de los medios, escucho muy poco las noticias: entiendo lo que puedo entender y lo que no sé o no llego a entender, no me angustia ni me agobia la incertidumbre y la imprevisibilidad. Me calmo y espero. Cumplo con todas las disposiciones que vienen de una autoridad auténtica y no me desentiendo de ellas.

«Deja que todo te suceda, belleza y terror«, dijo Lou Salomè, sabiamente.

En el segundo caso, es decir, me preocupa ser abrumado por la “infodemia”: tenderé a ser completamente devorado por la información extraída de los medios de comunicación totalmente al azar, para luego enlazarla a mi estado emocional predominante y dar prioridad solo a las noticias que confirman mis miedos (sesgo de confirmación), el miedo que se convierte en angustia (aumentando dramáticamente mis preocupaciones, que escaparán a todo control). Cuanto más disminuyan la previsibilidad y la legibilidad de los hechos, más aumentará el riesgo de la necesidad de control, un control vano e inútil. Fobia, angustia, depresión.

La reacción opuesta y contraria, pero totalmente equivalente a la respuesta fóbica, es evitar confrontar el miedo, por lo tanto, negarlo o desplazarlo (contrafobia). Pero este blindaje ante el peligro real no me hace más valiente, sino solo más pasota, más sociópata, más cínico e indiferente a la supervivencia de los ancianos y los enfermos, que morirían en una cantidad extremadamente mayor que con una gripe normal, como algunos todavía hoy se empeñan en decir (según estimaciones aproximadas al menos 17 veces más virulenta, pero probablemente sea una estimación a la baja).

La respuesta contrafóbica de muchos está ligada de forma paradójica, extrañamente pero no tanto, con la antisocialidad de algunas posiciones vitales defensivas de los distintos “Boris Johnson” de turno, que tienden a defender el sistema económico neoliberal y el estilo de vida que conlleva.

Veamos qué nos aconsejó el de la Cámara de Comercio de Milán después de las primeras restricciones a fines de febrero: [una serie de recomendaciones que alientan el consumo y las compras]

En el nuevo orden biopolítico, el estilo de vida, los hábitos, la alegría de vivir, son valorados por encima de la vida misma. Un paciente mío que viajaba me dijo: “¿quién me devolverá este tiempo perdido? Esto no es vida, para esto mejor nada.

Y así se defiende el estilo de vida incluso por delante de la vida misma. Un argumento a favor del TSO y no del TSV. La Cámara de Comercio nos ayuda a pensar, e involuntariamente indica, cuál es la verdadera naturaleza de nuestra enfermedad.

El tiempo, el aburrimiento, la imaginación.

La cuarentena forzada impone que cambiemos nuestro estilo de vida. Lo impone durante 2 o 3 meses y, mientras tanto, el aire se ha vuelto más claro que nunca, la contaminación ha disminuido, en Venecia se pueden ver peces en la laguna, los delfines se están acercando a los puertos, el crimen es casi inexistente. Pero nosotros, protegiéndolo nos empeñamos en someternos a un TSO, imaginamos el retorno a nuestro anterior estilo de vida, como si nada hubiera pasado.

Una reflexión más o menos al margen: la cuarentena está alterando la percepción y la gestión del tiempo. Concretamente, estamos asistiendo a la nivelación del valor socialmente atribuido al tiempo libre.

Me explico mejor. Si antes de la pandemia yo hubiera sido un jefazo de una empresa multinacional, la atribución social respecto a mi tiempo libre habría sido de un valor absoluto, muy alto, prácticamente oro. Por el contrario, si yo hubiera estado desempleado o marginado socialmente antes de la pandemia, mi tiempo libre, en grandes cantidades, habría sido ninguno, cero o poco más.

Hoy, durante la pandemia, estamos presenciando un reseteo de la atribución social del tiempo. Todo el tiempo libre tiene más o menos el mismo valor. Una nivelación que mezcla nuevamente, baraja, las cartas en juego. Hoy, aparte de aquellos que están en primera línea y cuyo tiempo se considera justamente sagrado para la comunidad, existe un equilibrio general para todos los demás en aislamiento: aquellos que saben cómo usar el tiempo, independientemente de su posición socioeconómica, lo están haciendo bien y están ganando.

Se trata de entender, y nunca como ahora para entenderlo realmente, que nuestra época ha hecho con conformidad la mayor introyección de códigos sociales, me refiero en particular a los códigos maníacos y consumistas resumidos en el lema: trabaja, consume, muere. Al margen de la calidad de vida… Pero hoy todos debemos necesariamente deshacernos de estos códigos durante un par de meses para dejar espacio a algo más.

Sí, ¿pero qué?

La gestión del aburrimiento. El aburrimiento no es apatía. La apatía es resignación en la impotencia, es calma absoluta, inercia. El aburrimiento es inquietud, interiormente muy vital, es insatisfacción, impaciencia. El aburrimiento nos incita: “Aquí no es donde debería estar, ¡esto no es lo que tendría que estar haciendo! ¡Tengo que ir a otro lugar para hacer otra cosa!

A todos mis pacientes, en las sesiones online de estas semanas en las que intentan familiarizarse con el aislamiento y el aburrimiento, les pido que hagan un pequeño esfuerzo de memoria y recuerden su infancia y, en particular, las largas tardes de verano o invierno, solitarias, sin obligaciones. Les pido que recuerden los juegos y pensamientos a los que se entregaban durante esas horas interminables. A la mayoría de ellos, después de una desorientación inicial, se les iluminan los ojos y me cuentan sobre muñecas a las que vestían y con quienes charlaban, de los soldados de juguete con quienes luchaban, la comba con la que saltaban, el monopatín que construían y en el que montaban, juegos hechos sin nada, guiones dignos de los mejores teatros, con una fantasía sin límites. Y también los libros legendarios, cómics imprescindibles, los paseos por lugares míticos, las puestas de sol nunca más vistas.

Les pido que se vuelvan a conectar con esa chica y ese chico que está aburrido, pero al final es feliz. Feliz de haber lanzado un anzuelo dentro de sí mismo y de haber atrapado un enorme pez dorado.

Quizás entonces nuestro tratamiento de salud obligatorio colectivo pueda convertirse en una terapia voluntaria y el preludio de una transformación.