por María Fernández Ostolaza

Fui a ver Silencio de la mano de una colega y amiga que sabe mucho de teatro y mucho de
psicoanálisis. Y de mas cosas: de la dignidad de las migraciones; de la exploración física y
psíquica de las ciudades; del tránsito de la persona y la conquista de sus espacios.

Por un aturdimiento, muy de los míos, hasta esta semana confundía al dramaturgo Juan
Mayorga con otra persona que me parece frívola y simplona, y que no viene al caso citar.
Que me perdone Juan Mayorga. No entendía yo entonces la admiración de mi amiga por su
obra: Sus textos son maravillosos, me decía cuando hace un año insistía en que fuéramos a
ver El cartógrafo, experiencia que lamentablemente me perdí.

El teatro me gusta tanto o más que el cine, pero prefiero una mala película que soy capaz de
resistir reclinada en la butaca, que una mala obra cuya sala no abandonaré aun soportando
una vergüenza ajena que se me hace difícil. Si me proponen ir al teatro no aplico el si hay
que ir se va
. Así que hoy brindo por la paciencia y persistencia de mi amiga.

Silencio es una obra recomendable para cualquier joven y adulto. La disfrutarán mas aun los
amantes de la literatura o los pensadores del ser humano. Maravilloso texto que se puede
encontrar en la página de la RAE, y soberbia interpretación tragicómica de Blanca Portillo.

Pero, escribo sobre Silencio como reflexión obligada de una psicoanalista que todavía ha de
aprender mucho. Pobre de mí si algún día lo olvido. Supongo, incluso sé, que hay
psicoanalistas que manejan el silencio de forma magistral, o por aquello de regular un poco
los adjetivos, de forma productiva, oportuna, serena; de forma que el propio silencio cumple
su función. La serenidad y la técnica son condiciones de la edad, y yo todavía tengo alma de
joven, aunque las jóvenes me hacen saber de forma contundente que hace tiempo que no soy
una de las suyas. Tampoco lo pretendo. Tengo alma de jovenzuela y edad para haber
aprendido el recurso técnico, aunque la distancia entre el concepto y su aplicación es ese día
a día de práctica y esfuerzo.

Silencio habla del silencio de forma plena, reflexiva, medida, sin banalidades ni rellenos. Y
habla también, no me preguntéis cómo, de forma divertida, espontánea y estimulante.
Dignifica la palabra, lo contrario de lo que pasa cuando a diario se saturan, se agotan y se
vacían, o lo que es peor, se llenan de sinsentido: ¿Alguien sabe lo que significa en nuestros
días abuso? Es sólo un ejemplo actual de la calle y la consulta. ¿Acaso creemos que no es
importante la delimitación y el sentido de la palabra abuso?

Silencio reclama decir algo en este y sobre este mundo en que si no ponemos cuidado se
habla y se habla sin decir nada. Equivale a una verdadera cadena de significantes, que
enlaza uno con otro, y el siguiente tiene tanta entidad como el anterior.

En paralelo, el juego de despliegues en escena es maravilloso. Partes recónditas de mi
biografía pasaron por mi cabeza, eso bien podría ser cosa mía, claro que sí; pero también se
pasearon las conversaciones con los pacientes. Podemos escuchar sus silencios como
podemos ver cómo una escena de sus vidas habla de años callados. Como cuando la foto del
cartel es tan buena como la película. Algunos pacientes nos lo ofrecen con facilidad: Una
deportista se bloquea ante una salida en la barra de equilibrios, que hace mucho que domina,
mientras sesión tras sesión no deja de preguntarse cómo y por dónde se sale de la
adolescencia. Sí, los síntomas hablan en silencio del propio silencio, cumplen su función.

Silencio es además un recorrido teatral que me recordó al día en que conocí a las hijas de
Bernarda Alba, y a partir de ahí lo que vendría: vivir para confirmar que la vida es puro
teatro.

Esta vez salí del teatro queriendo leer a Dostoievski que como decían en Amanece que no es
poco
sirve para abrir puertas. Salí queriendo leer y releer un montón de libros para volver y
entender un poco más de la vida. Hablando de Dostoievski, hace no mucho la Libreria
Marcial Pons, que es como la cocina de mi consulta, por cercanía física y por lo que disfruto
el lugar, presentó un libro póstumo del psicoanalista Nicolás Caparrós: Dostoievski en las
mazmorras del espíritu
. Nada puedo decir del libro que he comprado pero no leído, pero la
presentación, que se puede encontrar en youtube, me emocionó.

Ya se ve que escribo cuando me emociono, aunque, por suerte, me emociono en muchos
más momentos que los que tengo para escribir. A veces, incluso me emociono y permanezco
en silencio. Puedo hacerlo sola, pero, como el teatro, lo prefiero compartido.
Se podrían decir muchas más cosas, elijo una más y me callo: id a verlo.

María Fernández Ostolaza es psicoanalista, miembro del CPM.
mariaostol@icloud.com