Últimamente he asistido a dos encuentros profesionales, el primero en Huesca, con un título ambicioso y muy sugerente: “La piel del discurso médico”, una propuesta que trataba de articular el hecho artístico, el médico (dermatológico y psiquiátrico) y el psicoanalítico, con el objetivo de indagar (según los organizadores) en los mecanismos del lenguaje en las elaboraciones psicopatológicas y en las artísticas, siendo ambos campos los polos del debate.

El segundo, un congreso en Cuenca, organizado por el Centro Psicoanalítico de Madrid, con dos mesas de trabajo: “El padre, en cuestión” e “Intervenciones Analíticas”.

Este breve escrito surge a partir de preguntas que me han generado ambos encuentros y que tienen que ver con algo que me ocupa (a ratos) desde hace algún tiempo: La complejidad para pensar las instituciones.

Mi viaje a Huesca fue en tren, era muy temprano, estaba adormecida cuando me vino el recuerdo de la Facultad de Psicología de Salamanca (lugar que he frecuentado en los últimos años para impartir una formación en el Máster de Psicoanálisis), ubicada en un edificio que comparte con la Facultad de Bellas Artes, ambas separadas por un hermoso patio cuadrangular con frondosa vegetación. Lugar de encuentro entre loqueros y locos según un bloguero que estudia allí. La cafetería en el medio, un espacio común para las dos facultades. Sus paredes revestidas de obras de alumnos, llenas de color, discursos contemporáneos con olor a pintura. Lugar abierto, poliédrico en apariencia, sin frontera ni límite, que siempre me ha generado una agradable sensación. Arte y psicología, arte y psicoanálisis… el tren reduce la velocidad y me acerco al final del trayecto. He llegado a Huesca.

Lo que quiero resaltar es la obra del cartel que anuncia “La piel del discurso médico” que acompaña (proyectada en una pantalla) a su autor, en la primera presentación de la jornada, cuyo título es “Todo el cuerpo en una maleta”. El artista aborda este proyecto a partir de una experiencia personal de hace veinte años y que continúa en la actualidad. Presenta, en mi opinión, un duelo de largo recorrido, un duelo a través de la obra artística que va cobrando sentido con el paso del tiempo, que facilita la resignificación del dolor y que, en la presentación, gracias a la sensibilidad del artista que lo narra, genera una experiencia profundamente emocional que no sólo te conmueve; el cuerpo del enfermo de sida, que es de lo que trata la obra “Todo el cuerpo en una maleta”,  toca todos los campos del pensamiento y te conecta con la impotencia ante la enfermedad física, la enfermedad individual y la sociopolítica.

No es necesario hacer de esta experiencia artística y emocional una viñeta para intentar justificar con calzador alguna teoría psicoanalítica o de otro ámbito. La vivencia del momento habla por sí misma…

Foucault hablaba del discurso como un forzamiento. Lo digo porque al acabar el encuentro me quedó la sensación de que es muy difícil articular diferentes disciplinas y discursos, entre otras cosas, porque en muchas ocasiones se pone en juego el narcisismo y la omnipotencia de los interlocutores. Me refiero al discurso del artista, el médico y el psicoanalista y el lugar de poder de las disciplinas que representan cada uno de ellos.

En el Congreso de Cuenca hubo una curiosa combinación (y no sé si casual) de las dos mesas de debate: “El padre, en cuestión” e “Intervenciones Analíticas”.

Parece que la idea de «familia» no deja de reaparecer como elemento aparentemente indispensable para pensar la institución, donde vuelven a jugarse los conflictos de filiaciones.

René Kaes plantea que ¨la institución nos precede, nos sitúa y nos inscribe en sus vínculos y sus discursos…. hemos tenido que admitir que la vida psíquica no está centrada exclusivamente en un inconsciente personal, sino que una parte de él mismo, que lo afecta en su identidad y que compone su inconsciente, no le pertenece en propiedad sino a las instituciones en que él se apuntala y que se sostiene por ese apuntalamiento¨.

La primera mesa: “El padre, en cuestión”, me llevó a pensar en la institución (en general) como sustituto de la función paterna. La institución como padre eterno, o como ese Otro con mayúsculas que se mencionó en alguna comunicación. La institución como lugar de poder, de autoridad y de límite y también de pensamiento único.

Y la segunda mesa: “Intervenciones Analíticas”, la imaginaba como un hijo díscolo, que necesita buscar su identidad diferenciándose del padre, ese padre eterno y necesario al que cuestionar. Y a través del cuestionamiento, encontrar otras vías para legitimar su diferencia, en busca de una identidad propia.

Se mencionó por parte de una ponente el término “control-visión” como sustituto de “supervisión” y me recordó una experiencia personal: Supervisé un mismo caso con dos profesionales de largo recorrido y experiencia, ambos psiquiatras y psicoanalistas. Su valoración sobre el posible diagnóstico, la mirada de mis puntos ciegos y mi manera de intervenir con el paciente, eran diferentes e incluso opuestos en algunos aspectos, pero ambos me ayudaron a pensar.

Pichón Rivière hablaba de epistemologías convergentes y, aunque es un término vasto y complejo, si me sirve para pensar sobre la idea de control-visión, como una visión, la de ese supervisor, un referente importante para la reflexión y el aprendizaje, pero no el único. Ese posicionamiento por parte de la persona supervisada facilitaría mayor comprensión del objeto de conocimiento, posibilidad de integrar las diferentes aproximaciones teóricas y técnicas de los supervisores y convocar a la reflexión y a la apertura del lenguaje y del pensamiento. Y me parece que tiene que ver con colocarse en la frontera, en el margen, un área de duda y cuestionamiento, de falta de certeza, un lugar, en definitiva, de una cierta exclusión del “control-visión”. El control tiene el precio de homogeneizar y tendencia al dogmatismo. El pensamiento único inmoviliza.

También se señaló la posibilidad de valorar de manera más excautiva la pertenencia a la institución. En mi caso, a lo largo de los años he transitado por varias instituciones de diferentes ámbitos formativos y profesionales y esta cuestión que se planteó en el congreso, me lleva a pensar en el narcisismo, el institucional y el del afiliado, un denominador común que he apreciado en todas las instituciones que he conocido.

El narcisismo individual se pone en juego a través de la búsqueda de reconocimiento, de ser el mejor, estar en la mejor institución, con los mejores profesores, analistas, supervisores… Recuerdo el dedo levantado de un niño, esperando la mirada del padre, esperando el reconocimiento de una existencia, o me miras o no existo… La inclusión, ser miembro de una institución, el tránsito entre el yo ideal y el ideal del yo, la idealización de la institución como unidad donde no cabe la falta… ¿Podríamos pensar que los profesionales asignados al “control-visión o al control-análisis” son los mejores, igual que la institución de la que queremos ser parte? La cordura/locura está tanto dentro como fuera de las instituciones. En esta hipotética situación de “control”, ¿no estaríamos queriendo poner puertas al campo, algo que es imposible?

En la actualidad, dentro del psicoanálisis hay orientaciones distintas, ideologías y enfoques teóricos y técnicos distintos, que se muestran de diferentes maneras. Hay psicoanálisis familiar, de pareja, de grupo, multifamiliar… En la mesa del congreso “Intervenciones Analíticas” se platearon diferentes tipos de intervenciones, variadas, multiformes, irreductibles a ningún patrón, controvertidas, señalando que a veces podían llegar a representar el grueso de nuestra actividad terapéutica y clínica.

¿Por qué cuesta hablar de ello abiertamente? Quizás es porque se pone en juego el narcisismo de la institución, o de los cargos que la representan. No podemos negar que la estructura de las instituciones es vertical, como la de los partidos políticos. En los grupos, en el ámbito social e institucional existen presiones homogeneizantes que llevan a buscar identificaciones especulares y rechazo a la diferencia. Manuela Utrilla, que ha escrito varios libros analizando en profundidad las instituciones psicoanalíticas, hace hincapié en que en las instituciones se ponen en funcionamiento procesos primarios, alimentados por tendencias a la sumisión, a la simbiosis, la confusión y la robotización. Y me pregunto, una vez más, si están las instituciones al servicio de una ideología o al servicio de la sociedad, atravesadas por el momento histórico en el que se desarrollan.

No podemos arrancarnos las huellas, ni las cicatrices, ni las arrugas de la piel. La piel de nuestro discurso, construido con la suma de identificaciones de nuestra historia. Un discurso rico en matices, que nos da forma y puede contribuir de forma muy positiva en nuestra práctica profesional, siempre “supervisada”, eso sí.

Me voy acercando a la cafetería de la Facultad de Salamanca, ese espacio donde conviven loqueros y locos…

Carmen Menéndez Pérez

Miembro asociado del CPM