RESEÑA

El asesinato del sábado por la mañana», Batya Gur, Siruela, 2014.

Quería evadirme tras meses de mucho trajín así que aprovechando el verano decidí comenzar a leer novela policiaca. A veces me entretengo con un juego mental muy simplón de corte obsesivo que consiste en elegir: ¿Si sólo pudiera leer un género elegiría ensayo o novela negra? Comenzar por comprar la biografía de Chandler, aparte de una opción muy apetecible, es también una manera tramposa de elegir sin renunciar. Pero después de la trampa elijo y escojo de la estantería de libros por leer El asesinato del sábado por la mañana: un desatino si verdaderamente buscaba evadirme.

Sin contar con un sólo dato sobre Batya Gur, fantaseo mientras leo con que se trata de una psicoanalista que se distrae inventando detectives en sus ratos libres. Nada que ver: Batya Gur es una escritora israelí que a través del genero negro reflexiona sobre diferentes mundos, mundos cerrados con peligro de endogamia, sujetos a sus propios códigos. El psicoanálisis pertenece a esa categoría. Y aunque fallé con la suposición de que se trataba de la obra de un psicoanalista, apostaría de nuevo con quien quisiera jugar que Batya Gur pasó por un psicoanálisis.

Un crimen en el Instituto Psicoanalítico de Jerusalem es la excusa perfecta para explicar a grandes rasgos, pero bien trazados, el quehacer de un psicoanalista. Por un lado las bases, es decir, conceptos, detalles técnicos, conflictos éticos, determinación de criterios ––algunas veces demasiado tajante en temas discutibles––; por otro, las emociones: envidia, celos profesionales, relación con los espacios, dinero, supervisión o la idolatría al analista didacta.

La lectura me lleva a revisar los años de mi propia formación que no recuerdo tan exigente como la trama describe; la recuerdo, sobre todo, estimulante. Pero es la novela que recomendaría a todo candidato para pensar en los dilemas profesionales, esos que se nos ocurren a todos, y otros no tan evidentes con los que yo todavía no me he topado. Claro que si hubiera pertenecido al Instituto de Jerusalem ni siquiera me hubieran dejado empezar a estudiar, la edad lo hubiera impedido.

El relato que protagoniza Michael Ohayon, un detective de origen árabe, pobre como todos los detectives, e historiador de formación aunque él también podría haber sido psicoanalista por su mezcla de autoconocimiento y neutralidad, me permite preguntarme en qué se parece un interrogatorio a una primera entrevista; en qué se fija un detective y en qué un terapeuta, o si la asociación libre no es exclusiva del psicoanálisis. Batya Gur ofrece una imagen diferente de nuestro cuerpo profesional con la que en algunas páginas me identifico y en otras no tanto, sobre todo cuando se le cuela, las menos de las veces, algún tópico; a lo mejor, también, porque se acuerda de Freud pero no de Lacan.

Cojo el siguiente libro de la estantería de libros por leer, lo dejo a la suerte, el que toque: Matar al padre, de Amelie Nothomb. No; este no puede ser, seguro que habla de psicoanálisis; decido ponerlo el último de la pila. Tomo el siguiente: El arrancacorazones, de Boris Vian. Leo la contraportada: ¡Será posible! Va de un psicoanalista.

María Fernández Ostolaza

Psicóloga y psicoanalista

Miembro del CPM