Se va a cumplir en breve el aniversario de la muerte de Jorgelina, que mezclada con otros muchos sentimientos abrió en mí la reflexión sobre elaborar duelos en público o en privado. Ya de antes, pero sobre todo desde entonces, pienso en el par público y privado, quizá influida por Freud que, como todos sabemos, construyó su teoría por parejas, o por Lacan y su idea de que el lenguaje implica complementarios, aunque todavía por ese camino me pierdo.

Hoy es el día del libro y, como cada año, se celebra una lectura pública en el Círculo de Bellas Artes. Acabo de recibir por wasap una foto de mi sobrino Antonio de 11 años leyendo delante del atril, que me ha emocionado. El acto del Círculo de Bellas Artes me recuerda a la época en que estudiaba el PIR. Nunca obtuve la plaza, y me he perdido muchas enseñanzas que me hubiera proporcionado el entorno hospitalario, sin embargo, en el Círculo aprendí un montón cuando me escapaba a ver las exposiciones temporales, a hojear libros a la Antonio Machado, o a escuchar conferencias. Allí conocí personalmente a Cyrulnik. Todo me parecía estimulante comparado con la cantidad de horas que pasaba estudiando el DSM IV en la biblioteca de la tercera planta, que cerraba a las 10 de la noche aunque fuera domingo. Creo que si las escapadas hubieran incluido visitas al Salón de billar –el Círculo es un lugar sofisticado– como hacía algún opositor al cuerpo diplomático, para relajarse, también me hubiera servido para pensar sobre la clínica.

En el Círculo descubrí la lectura pública del 23 de abril. Cuando era niña y me llevaban a misa las lecturas públicas de los evangelios no solo no me emocionaban sino que me parecían soporíferas, así que me entretenía observando a los mayores: quién daba la paz a quién, qué pensaban cuando comulgaban, o si la cara de dolor al arrodillarse en el reclinatorio correspondía al dolor de rodillas o a otro tipo de dolor interno. Parece que me interesaba mucho más por los aspectos paranoides o melancólicos de las personas, que por el contenido de las Cartas de San Pablo a los Corintios.

En cambio, mi primera lectura pública del Quijote me pareció fascinante. Nadie hablaba con nadie y sin instrucciones todos sabían lo que tenían que hacer. Me recordó a esa canción de Mecano que dice que “los españolitos, hacemos por una vez, algo a la vez”. Nunca me atreví a leer en el estrado, me sentía amenazada por la dislexia que me acompaña, y me atemorizaba trastabillarme con el Quijote precisamente el día de su cumpleaños. Pero me emocionaba ver y oír a la gente leer y me parecía que como oyente también yo participaba de pleno en ello, yo sentía la emoción de aquel acto. La lectura colectiva del Quijote es como ir al cine y compartir en silencio la pantalla con otros. O ir al Teatro Real que como el Museo del Prado últimamente tiene una oferta imponente, y ver el escenario desde lo que llaman el paraíso, que bien podrían llamar paraíso de los ciegos porque del escenario nada se ve. Desde el paraíso se comparte con el de al lado algo importante de lo que uno escucha, hasta el punto de que merece la pena pagar por ello.

En el extremo del polo privado tenemos la intimidad. Dice un psicoanalista que yo conozco, que guardarse una pequeña parte de la intimidad para uno es señal de cordura; es la intimidad más íntima. Después estamos los psicoanalistas y la intimidad que los pacientes nos brindan. Siguiendo con la gradación, también podríamos pensar en la intimidad que se despliega con un amante que, obviamente, se le resta a la pareja. Esta intimidad es parecida a la del psicoanalista pero diferente.

En la lectura pública de nuestro homenaje a Jorgelina quise compartir con mis compañeros del Centro un sueño. Un sueño es algo íntimo. Era un sueño en el que aparecía Jorgelina en la biblioteca del Círculo. Es un buen ejemplo de condensación porque estaba cargado de imágenes públicas y privadas. Ha sido un sueño muy fructífero, como todo lo que me ha dado Jorgelina: después de un año siguen emergiendo asociaciones desde dentro de mí o en relación a estímulos del exterior como me está ocurriendo hoy. Aquel sueño guardaba las charlas que tuve con ella después de mi último intento con el PIR, y su esperanza de que accediera al entorno hospitalario por otra vía. Guardaba los libros prestados, y un poco mas escondido guardaba tambien la música, a Jorgelina te la podías encontrar, por ejemplo, un sábado en el Auditorio. Guardaba nuestro último y nuestro primer encuentro que fue precisamente en el Círculo, allí nos vimos por primera vez. Pero como en los cuentos de Borges también escondía un encuentro paralelo y metafórico, el de las Bellas Artes que circulan. Y su enseñanza de que una madre puede sentir envidia inconsciente y a la vez orgullo cuando el hijo le supera, y yo que soy hija y no soy madre he sentido algo parecido hoy con mi sobrino Antonio. Ha sido entonces que se me ha ocurrido pensar en una Jorgelina quijotesca y otra Dulcinea, cada uno la que necesite, porque eso era lo bueno: cómo Jorgelina se dejaba buscar, cómo y de qué manera, para que todos la encontráramos.

Mi sueño con Jorgelina expresa la inmensa esperanza de una salida más que airosa de la tragedia edípica, la esperanza de encontrarse.

Escribo todo esto mientras espero en el hall a que abran las puertas de la Sala Sinfónica. La Orquesta Nacional, con Xian Zhang a la cabeza, una directora entusiasta y enérgica que sabe sacar lo mejor de cada músico –qué coincidencia–, va a interpretar el Concierto para violín y orquesta en Re mayor de Chaikovski, ese que tiene un victorioso aire melancólico. Estoy segura que aunque es sábado hoy no me voy a encontrar por casualidad con Jorgelina en el Auditorio, no me la puedo encontrar porque hemos venido juntas

María Fernández Ostolaza

Psicóloga y psicoanalista

Miembro asociado del CPM