Sexta entrega de la Crónica de la psicodeflación de Franco “Bifo” Berardi.

Primerasegundatercera,  cuartaquinta y sexta partes.

Ripartire! (Recomenzar/¡Repartir!)

Nosotros también queremos ripartire, como no: repartir riqueza, edificios vacantes, el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. Diario pandémico, último acto.

Publicación original el 19 de mayo de 2020.

FRANCO «BIFO» BERARDI. CRONICA DE LA PSICODEFLACION

¡Bienvenga mayo
justador y gayo!
Bienvenga la primavera
que prende los amores
¡Muchachas!, en hilera
con vuestros amadores
que de rosas y flores,
hacéis bello a mayo.

Poliziano

[Ben venga maggio/e ‘l gonfalon selvaggio!/ Ben venga primavera, /che vuol l’uom s’innamori:/ e voi, donzelle, a schiera/ con li vostri amadori,/ che di rose e di fiori,/ vi fate belle il maggio. Traducción a partir de la versión, de la Balada XIII de Poliziano, de Carlos López Narváez].

11 de mayo

Desde que, después de un año de sufrimiento y agonía, mi madre se fue en mayo de 2015, la muerte ha sido el tema dominante de mis reflexiones.

La cortejaba, en cierto modo, la reté a que viniera a visitarme posiblemente por la noche, sin hacer ruido. La idea de una vejez sufrida y aburrida, la idea de un colapso repentino que roba la conciencia de uno mismo me aterrorizaba. Y, francamente, nunca creí que la longevidad fuese una estrategia inteligente desde el punto de vista de la vida feliz, y todas esas historias de las personas mayores que envejecen bien que hacen gimnasia, etc., nunca me han convencido. Digamos que la longevidad no es para mí, los demás que hagan lo que quieran.

A mediados de 2019 comencé a escribir un libro del que me gustaba especialmente el título. Devenir nada.

Buen título, ¿verdad?

Escribí cien páginas, pero muchos temas se quedaron en borrador y, sobre todo, que no tenía prisa. También pensé que quizás un libro llamado a convertirse en nada debería desvanecerse levemente con su atrevido autor, y quedar inacabado al borde de la eternidad.

En los últimos dos años, además, después del maldito viaje a Houston, después de esos tres días en el lugar más horrible en el que he estado jamás, el deseo de viajar también se estaba desvaneciendo. Cada vez que iba a algún lado (seguía haciéndolo hasta febrero) sentía que soportaba un estrés innecesario, hablar en público se había vuelto agotador. La última conferencia pública que tuve en Lisboa el 20 de febrero, la recuerdo como una pesadilla. Estaba hablando en el centro social en una especie de garaje grande y largo lleno de una multitud ruidosa y colorida. El tema, vagamente gafe, si no recuerdo mal, fue el apocalipsis irónico, o quizás la ironía apocalíptica. Poco importa, el hecho es que estaba jugando con fuego.

Ese día no me sentía bien: me dolía el oído, me latía la cabeza, respiraba con dificultad y, en cierto momento, mientras hablaba con esa multitud absorta, el estruendo penetrante de una sirena llegó desde fuera. Tal vez una ambulancia, tal vez un coche de policía, no lo sé. Ese ruido infernal silbó en la gran sala, me hizo perder el equilibrio, la calma y, sobre todo, el hilo del discurso. La ola de pánico duró diez segundos en un silencio inquieto, luego se reanudó normalmente, burlándose de mi estado de confusión mental. Dije que estaba en sintonía con la psicosfera de alarma, y que la sirena aulladora era parte de la performance, y terminé prometiendo felices insurrecciones como de costumbre. Dos días después, regresaba a Italia y, al llegar al aeropuerto de Bolonia, me apuntaban con una pistola termómetro a la cabeza y tenía pruebas de que el mundo estaba entrando en una nueva era.

En los siguientes meses todo cambió, es decir, no realmente todo, pero sí mucho. En primer lugar, el viaje a Lisboa fue el último, al menos por ahora, y no puedo descartar que sea el último forever. Ya veremos.

Desde ese momento, la curiosidad por el futuro ha capturado mi vida mental con una fascinación tan fuerte que le hice una propuesta a la hermana negra, a la que cortejaba impúdico, de esperar un poco. Primero me gustaría ver cómo termina esto. Lo sé, sé que no termina en ninguna parte, porque nada termina y todo continúa. Pero al menos que entienda qué rumbo toma la historia del mundo, si se puede.

Odio a los que se avergüenzan o incluso se escandalizan cuando se habla de la muerte, como si fuera un tema de mala educación. Un filósofo muy respetado hace unos años me dijo: escucha, ya que hablas tan a menudo sobre la muerte, ¿por qué no te suicidas? Y agregó que para Spinoza solo la vida es un tema del que pueda ocuparse el filósofo. Entonces me convencí de que el filósofo altamente respetado era solo un presuntuoso. Un filósofo que no se ocupa de la muerte, que Spinoza me perdone, no es un filósofo, sino un ridículo.

En los Estados Unidos hay oficialmente ochenta mil muertos, lo que significa que son al menos el doble. Esto no preocupa demasiado al presidente, que hasta hace unos días enviaba mensajes audaces y combativos, pero en los últimos días ha suspendido las conferencias de prensa donde daba consejos médicos, y lo vemos un poco con el ceño fruncido. El semestre que lo separa de las elecciones corre el riesgo de no ser fácil para él. Desafortunadamente, tres personas que trabajan diariamente en la Casa Blanca dan positivo en la prueba de coronavirus: la portavoz Pence, un mayordomo y un consultor que asiste al ala oeste altamente protegida del edificio presidencial. No podría ser peor para el capo: si incluso allí, en el lugar más protegido que existe, el virus ha alcanzado a tres personas, es difícil continuar alentando a las personas a volver a trabajar.

Los desempleados son ahora alrededor de veinticinco millones y se espera que se conviertan en treinta y cinco en el próximo mes. Y como en ese país los que no tienen dinero no pueden curarse, los pobres, los afroamericanos y los latinos mueren por miles cada día, cada día, cada día.

Una iluminación y una esperanza: ¿qué pasaría si Trump uno de estos días muriera como un perro entre un tweet y el siguiente? Tal vez no le importaría irse ahora. Podría aparecer ante San Pedro diciéndole soy el presidente de los Estados Unidos, déjame pasar, aunque creo que San Pedro le contestaría que se vaya a que le den. Pero al menos el fanfarrón podría evitar el bochorno de ser derrotado por un caballo cojo como Joe Biden, mientras se hacen oir cuarenta millones de desempleados.

Entonces, pensando en el Presidente de los Estados Unidos, la obra de Manzoni me vino a la mente, no sé por qué pero puede imaginarse. Anoche me acordé de la escena en la que Don Rodrigo se despierta por la noche descubriendo que tiene en su cuerpo «un asqueroso bulto de un lívido púrpura» [“un sozzo bubbone dun livido paonazzo”]. Ciertamente lo recuerdas: «el hombre estaba perdido. El terror de la muerte lo invadió, y con un sentido por ventura más fuerte, el terror de convertirse en presa de los monatos [quienes se ocupaban de los cuerpos durante la peste, profanadores de cuerpos], de ser llevado, arrojado al lazareto» [“l’uomo si vide perduto. Il terror della morte l’invase, e con un senso per avventura più forte, il terrore di diventar preda de’ monatti, d’esser portato, buttato al lazzaretto”].

Entonces, ¿qué está haciendo el aterrorizado líder de los malvados, el secuestrador de Lucía? ¿Llamar al vicepresidente? Más o menos esto:

“Agarró la campana y la sacudió con violencia. Griso apareció de inmediato alerta. Se detuvo a cierta distancia de la cama, miró atentamente al amo y verificó lo que, por la noche, había conjeturado.

—»Mike», exclama el desgraciado, «es decir, Griso, siempre me has sido fiel…”

—»Sí señor.»

—»Siempre te he hecho bien».

—»Por su bondad».

—»Puedo confiar en ti …»

—»¡Diantre!”

—»Estoy enfermo, Griso».

—»Me había percatado …»

—»¿Sabes dónde vive el Cirujano Chiodo?» (en ese caso se llamaría Anthony Fauci…)

Don Rodrigo le ruega a Griso que vaya a buscar al cirujano y vuelva con él, pero como era previsible, Griso lo traiciona, como recuerdan mis veinticinco lectores.

En lugar de ir a buscar a Fauci, va a donde los monatos, les advierte que su amo tiene el coronavirus, los lleva a la casa del pobre Don Rodrigo, quien, por supuesto, al verse traicionado, sigue siendo muy, muy malo: «Los monatos lo tomaron, uno por los pies y el otro por los hombros, y fueron a ponerlo en una parihuela que habían dejado en la habitación contigua; hecho esto, alzando el miserable peso, se lo llevaron».

12 de mayo

A principios de mayo, estaba programado el lanzamiento del libro que más amo, aunque solo sea por el hecho de que he trabajado en él durante más de veinte años y nunca termina, tanto que se llama E – como erotismo, estética, epidermis, extinción, etc.

Se llama E porque comienza citando a Rizoma donde los dos compañeros dicen (¿recuerdan?) que la historia de la filosofía occidental está compuesta de disyunciones o… o… o… y ahora debemos hacer una filosofía de conjunciones [e… e… e…] y… y… y…

Exactamente.

Hablé con el editor, que también es el editor del sitio en que se publica originalmente este texto, y decidimos posponerlo porque es un libro atemporal y reemplazarlo con otro librito que se llamará: Fenomenología del fin. Comunismo o extinción. O también: Fenomenología del fin. ¿Pero de qué estamos hablando? O quien sabe…

Mayo 13

No me hago ilusiones de que el colapso pandémico tenga efectos socialmente positivos inmediatos. Por el contrario, como escribe Arundhati Roy, » el coronavirus ha entrado en los cuerpos humanos y amplificado enfermedades existentes, ha entrado en países y sociedades amplificando sus dolencias y enfermedades estructurales. Ha amplificado la injusticia, el sectarismo, el racismo, el sistema de castas y sobre todo la desigualdad». Según Arundhati, el virus detuvo la máquina; ahora se trata de parar el motor, para hacer que la economía orientada a las ganancias sea definitivamente inoperante. Cueste lo que cueste.

El ciclo de acumulación no se reanudará, porque los engranajes están desquiciados: el sanitario, el psíquico, el productivo, el distributivo… todo se fue a la mierda.

En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha hecho que la sociedad sea más frágil y ha debilitado su resistencia. La Covid19 fue el golpe final: la sociedad fue fragmentada por el confinamiento obligatorio y el miedo, y de momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo llevándolo a la muerte por asfixia. La forma más subversiva de pasividad es la insolvencia, que consiste en hacer explotar todo sin hacer nada y, concretamente, simplemente no pagar por la sencilla razón de que no podemos pagar.

La insolvencia no necesita propagarse, predicarse, gritarse: vendrá por sí sola como una consecuencia natural del colapso de la economía. La insolvencia no es un fallo sino una necesidad universal. Y la sociedad tendrá que comenzar a experimentar con formas locales y autónomas de producción y distribución destinadas a la supervivencia y el placer.

En agosto del año pasado, Marco Bertoni me telefoneó, un músico que pude haber conocido en los años ochenta, cuando era parte del Confusional Quartet, que en la escena musical boloñesa de esos años tenía un lugar particular, no marginal sino extremo. En esos años, el viento punk-no wave había llegado a Bolonia y se había mezclado con la última ráfaga de la tormenta insurreccional del 77. Así que la escena musical estaba abarrotada y entusiasta: los espectaculares Skiantos, el radical punk Gaznevada, el experimental Stupid Set y otros que no recuerdo.

Confusional era la música más culta, refinada y más música contemporánea que pop, más jazz frío que punk-rock caliente. Cuarenta años más tarde, en agosto de 2019, Marco me telefoneó para decirme que tenía ganas de crear una obra de la que solo tenía en mente el título. Y que quería hacerlo conmigo, no sé por qué. El título me fulminó, porque sintetizó eléctricamente muchas de las líneas que pasan por este tiempo: la gran migración, el gran rechazo, la violencia tecno-financiera abstracta y la violencia concreta del nazismo que regresa.

Cuando me dijo el título que tenía en mente, estuvimos de acuerdo de inmediato: Wrong Ninna Nanna.

Me imaginé a una joven madre hondureña que llega a la frontera entre Tijuana y San Diego, pero encuentra guardias armados en la frontera y ahora ya no sabe a dónde ir ni qué hacer y está allí, sentada en el suelo acunando a su bebé. Pero también podría ser una joven nigeriana o tunecina en un bote de goma rumbo a la costa siciliana.

Marco y yo hemos tratado de imaginar lo que siente una madre que ha creado un ser sensible y vulnerable, sin reflexionar lo suficiente sobre el mundo en el que debe crecer el recién llegado.

¿Hay alguna razón para reproducirse?

En la película Cafarnaúm, la directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de un niño sirio de 12 años que se ha refugiado en un campo de refugiados infernal en Beirut, que denuncia a sus padres ante el poder judicial por haberlo traído al mundo. La película de Labaki fue para mí la principal inspiración de los textos que escribí para Wrong Ninna Nanna: son poemas conformados en la angustia de una era sin esperanza. Comenzamos a trabajar en él en septiembre, luego llegó el otoño de la convulsión, los disturbios gigantescos y furiosos de Hong Kong, Santiago, Beirut, París, Barcelona.

Marco comenzó a componer con todos los instrumentos musicales con los que la madre naturaleza lo dotó: las hojas, el viento, los cuervos, los gorriones, el agua que fluye, y también su piano y coros de voces angelicales y misteriosas.

Luego le preguntamos a una amiga intérprete que recuerdo haber conocido en Nueva York cuando cantó en los clubes de punk del Lower East Side y yo era periodista musical, y que Marco siguió en su carrera artística: Lydia Lunch, una de las mejores intérpretes musicales de nuestro tiempo. Ella dijo que sí, y grabó algunas pistas en su estudio, luego nos envió las grabaciones y así comenzó un largo trabajo de edición. Luego le escribí a Bobby Gillespie, el magnífico flaco de Primal Scream que seguro que todos conocen. ¿Quieres poner tu voz actuando cantando haciendo lo que quieras con estas palabras y estos sonidos? Dijo sí.

Luego vino el coronavirus, la pandemia, el bloqueo, y en ese momento la maldición parecía cumplirse perfectamente, y creamos un pasaje introductorio llamado «Earth and world», un pasaje para la voz abstracta, para la voz no humana.

Una compañía discográfica nos ofreció una edición de vinilo. ¿Sí pero cuando? ¿Cuándo se reanudará la producción de discos, libros, películas?

Tarde o temprano.

Mientras tanto, sin embargo, mientras esperamos que salga el vinilo, queremos que este trabajo sea conocido como la banda sonora del apocalipsis en línea. Hablamos con nuestros amigos Cuoghi & Corsello, artistas boloñeses que conozco desde los años ochenta cuando algunas de sus etiquetas llenaban las paredes de los suburbios de Bolonia, y le propusimos colaborar en la producción de videos de Wrong Ninna Nanna.

Nos conocimos justo un día antes del inicio del bloqueo, y en la soledad creativa de estos dos meses, C&C han hecho el video de algunas canciones. Marco Bertoni hizo los otros con la ayuda de su hijo. Stay tuned [Manténganse al tanto].

14 de mayo

Manifestantes militantes armados ayudan a reabrir negocios en Texas.

Según el periódico La Folha de Sao Paulo, las milicias bolsonaristas no aceptarán la derrota y se están armando.

Guerra civil global en el horizonte.

Según Lorenzo Marsili, no deberíamos esperar demasiado del fin del mundo: “Olvídense de los sueños campestres de desaceleración. Tan solo piensen en esta paradoja: la aceleración vertiginosa del mundo y el tiempo que nos rodea ocurre a través de una crisis que nos obliga a reducir la velocidad. Parece haber un mecanismo extraño por el cual cuanto más nos detenemos, más se transforma la realidad por estar en casa. Lejos de desacelerar el mundo, la Covid-19 ha acelerado enormemente los procesos de transformación personal, política y económica que ya estaban en marcha.

Una refriega en lugar de un colapso.

Ni siquiera la Covid-19 hará estallar el mundo. Pero es seguro que puede conducir a una mayor destrucción: las tiendas de artesanía podrán cerrar cada vez más rápidamente en beneficio de la distribución organizada a gran escala; puede haber un endurecimiento de las medidas de austeridad para expiar la culpa de la deuda necesaria; La tendencia de los más ricos a preparar rutas de escape puede fortalecerse, acelerando el proceso de separación de las élites de su comunidad nacional. El punto es que la crisis ya no es una interrupción de la normalidad. La normalidad es la crisis. La crisis ya no es un momento decisivo, ya no es un hito, ya no es un momento heroico. Y, por lo tanto, ya no es un concepto útil. Si hiciéramos una lista de las cosas que más extrañamos en esta cuarentena, un ejercicio útil, aunque solo sea para darnos cuenta de la poca importancia que un cierto consumismo desempeña en nuestras vidas, las relaciones humanas sin duda estarían en la cima. Extrañamos a los amigos. ¿Pero a todos ellos? Aquí hay un ejemplo simple de lo que significa superar la elección binaria entre crecimiento y disminución. Menos amigos y más amistad».

15 de Mayo

Sentado en la orilla del río, escribo citando un comentario en Giap de Wu Ming: «Se trata de una especie de principio de incertidumbre en el sentido heisenbergiano, entre el virus y la emergencia. No se puede mirar y mantener la mirada firme en ambos, sino subestimar uno u otro. Subestimas a uno respecto al otro. Es decir: para aquellos que ven bien el virus (o creen que lo ven bien) la emergencia es solo una contingencia que pasará si el virus pasa. Para aquellos que ven bien la emergencia (o creen que la ven bien), el virus, por grave y peligroso que sea, será cada vez menos letal que las consecuencias que causan las políticas de emergencia. Cada discusión conlleva esta inestabilidad interna y el hecho de mencionarla solo puede ser beneficioso.”

Como a menudo sucede después de leer a Wu Ming, me doy cuenta de que he aprendido algo. Ahora me detengo por un momento y medito sobre ello.

Aquí en la terraza hay una luz celeste que no quiere terminar y lentamente se desvanece melancólica. Hacemos media hora de yoga y un larguísimo mantra antes de que el sol se ponga por completo.

En Bolonia, siete camaradas del círculo anarquista Il Tribolo fueron arrestados por cargos anómalos de asociación con propósito de terrorismo o subversión del orden democrático. Son camaradas que se han distinguido en su solidaridad y apoyo a los prisioneros, totalmente integrad*s al movimiento anticarcelario transversal que ha comenzado a expresarse en los últimos meses entre los presidiari*s de la cárcel de Dozza y con iniciativas en la ciudad.

Toda la operación contra ellos adquiere características anómalas: desde acecho con drones (porque, con la caza de corredores cerca de agotarse, también tendrás que usarlos de alguna manera), hasta las redadas en las casas con policías con equipo antidisturbios, con cascos y escudos. Han sido transferidos a las secciones de alta seguridad de Piacenza, Alessandria, Ferrara, Vigevano. ¿Porqué?

Un único acto delictivo específico controvertido: el daño a una antena repetidora, cuya atribución obviamente debe demostrarse, pero que, lamentablemente, recuerda a montajes de otros tiempos en el Val di Susa.

El comunicado de prensa de la Fiscalía es un documento político: afirma la naturaleza preventiva de la intervención «destinada a evitar que en cualquier momento posterior de tensión social, derivado de la situación particular de emergencia [vinculada a la epidemia de coronavirus], pueda establecerse en otros momentos una campaña de lucha antiestatal más general.» En línea con la directiva emitida por el ministro Lamorgese a los prefectos para prevenir la «manifestación de brotes de expresiones extremistas».

Se está preparando una ola de represión preventiva, en el clima de miedo y aislamiento que el bloqueo ha favorecido.

16 de mayo

Guido Viale me es antipático desde que en julio de 1970 publicó en su periódico Lotta continua un largo fragmento de mi primer libro que se llamaba Contra el trabajo. Nunca le he perdonado, pero admito que últimamente siempre escribe cosas inteligentes. Hoy publica en Comune-info un artículo en el que habla sobre la normalidad «mejorada»: «Mejorada para compensar el tiempo perdido: no el de Proust, sino el del PIB: más producción, más explotación, más precariedad —es decir, falta de perspectivas y futuro— para todos, más deuda, más desigualdades entre ricos y pobres, más marginación de los que se quedan atrás, más expulsiones de los que no tienen que ser vistos (para poder explotarlos mejor), más indiferencia a las «vidas perdidas». Durante mucho tiempo, para los trabajos de reproducción o cuidado — cuyo papel es esencial en el funcionamiento de la sociedad, pero ocultos durante mucho tiempo, y que han sido sacados a la luz por los movimientos feministas— se ha reclamado «igual dignidad» y remuneración equiparable al reconocimiento que veníamos dando al trabajo que llamamos productivo. En otras palabras, se trataba de empujar, a través de la lucha, el trabajo de cuidado a la esfera del trabajo productivo. Hoy, sin embargo, está claro que el movimiento a promover es exactamente el contrario: es necesario luchar para transformar todo el trabajo productivo en cuidado de la Tierra, de la vida, de la convivencia humana, de la reproducción de la vida. Es el cuidado el que debe atraer, acoger y transferir dentro de su esfera de significado y replantear el trabajo llamado «productivo», consiguiendo, dentro de esta transformación, el reequilibrio entre géneros y roles que el «desarrollo de las fuerzas productivas» nunca ha sabido ni podido lograr: una inversión significativa del campo. Es desde esta perspectiva que la demanda de ingresos incondicionales puede perder su carácter remunerativo: «pagarme a cambio de algo», para asumir las connotaciones de una reivindicación consustancial a la común pertenencia a un único género humano».

17 de mayo

Después de meditar en las palabras de Wu Ming que mencioné anteriormente, ahora toco un botón sensible y no quisiera que nadie lo malinterpretase.

Ciertamente no soy un fanático de la productividad, ni estoy idolatrando la libertad como un valor abstracto. Soy anarquista, pero no creo que sea justo joder a otros en nombre de tu libertad. De hecho, realmente creo que el mito de la libertad (de algunos) a menudo se ha utilizado para imponer la esclavitud de la mayoría.

Pero cuando en marzo me enteré de la obligación de quedarme en casa, cuando vi los comerciales de celebridades que nos invitaron a imitarlos mientras estábamos en casa, como si todos tuviéramos la piscina, la terraza y el mayordomo, inmediatamente pensé que algo estaba mal en todo esto. Pero aún más equivocado fue el llamamiento contrario a la reanudación del trabajo en la línea de montaje a toda costa. Confindustria es peor que Fiorello.

Algunas historias: para evitar que el virus se propague, matando a millones de personas, era correcto detenerlo todo. Pero ahora, dos meses después, tenemos que ir a ver los datos relacionados con la letalidad del virus y descubrimos que son bastante bajos. La cifra relativa a la edad promedio de los muertos también es interesante. 80 años en Austria, 80 en Gran Bretaña, 84 en Francia, 81 en Italia, 84 en Suiza y 80 en los Estados Unidos. Como tengo setenta años, no creo que sea justo dejar que las personas mayores mueran sin preocuparse demasiado. Pero en resumen…

¿Tenemos que reconocer que la peligrosidad del virus se ha sobreestimado de alguna manera? En estos casos es mejor sobrestimar que subestimar, no hay duda. Pero lo que debe explicarse es por qué ha estallado la tormenta de información más angustiosa de todos los tiempos.

Repito que soy un encendido fan [tifoso] del confinamiento y odio a los «libertarios» que quieren hacer que las personas trabajen con desprecio por el peligro. Sin embargo, sin ninguna intención polémica hacia las medidas de prevención, me pregunto: ¿por qué?

Mi respuesta es compleja pero simple.

En la primavera de 2020, fuimos testigos de una crisis de pánico global cuya causa solo estaba ocasionalmente vinculada a la pandemia, y dependía más profundamente del estrés psíquico de una sociedad obligada a trabajar en condiciones precarias competitivas y miserables, así como del estrés físico de un organismo debilitado por la contaminación del aire y del lenguaje.

Si no se hubieran impuesto las medidas de confinamiento, el virus habría matado muchas veces más. Por tanto, ¡Viva el bloqueo!

Pero lo que debe ser contenido y erradicado no es solo el virus que desencadena reacciones en algunos casos extremadamente dolorosas y a veces letales. Lo que debe erradicarse es también la contaminación sistemática del medio ambiente, el estrés de la competencia económica y la hiperestimulación electrónica. Y esto no lo harán los médicos ni una vacuna. Tenemos que hacerlo con la lucha de clases. Warren Buffett tenía razón cuando dijo que la lucha de clases no había terminado en absoluto, simplemente ganaron los chacales. Esto fue ayer, pero ahora es mañana. Se reanuda la lucha de clases, y esta vez los chacales están confundidos, al menos tanto como nosotros.

18 de mayo

Un artículo de Roger Cohen, un periodista liberal, moderadamente progresista y muy culto, se publica en el New York Times. Quizás sea mi periodista estadounidense favorito. El título «The masked against the unmasked” promete ser bastante misterioso, pero el texto es muy claro, desde las primeras líneas.

«… un vecino en Colorado me dijo: los otros (los trumpistas) están armados y no se detendrán ante nada. ¿Qué le diremos a nuestros nietos cuando Ivanka Trump asuma el poder como 46º Presidente de los Estados Unidos en 2025 y las limitaciones de duración de la presidencia sean abolidas? ¿Les diremos que hicimos todo lo que pudimos con palabras, pero que tenían armas?»

Por supuesto, Cohen agrega de inmediato que no está de acuerdo con su vecino y que la democracia estadounidense no es como la democracia húngara.

Pero me interesa la sustancia, no las buenas intenciones del ilustrado liberal Cohen. Me interesa saber que en Estados Unidos se está preparando una guerra civil o una victoria psicopática de los supremacistas. Y lo que se está preparando en Estados Unidos también se está preparando en Brasil, y en muchos otros países del mundo: la guerra civil es la perspectiva más realista. ¿Tenemos que armarnos también nosotros? No creo, si se termina a tiros no hay duda de que perderemos. Pero necesitamos saber qué nos espera y dejar de decir frases retóricas sobre la democracia que ya está muerta y enterrada, para inventar una resistencia a la altura de la tormenta que se nos viene.

Tengo que hacer una confesión embarazosa: en los últimos tiempos he cambiado, mi personalidad está distorsionada, en resumen, ya no me reconozco. No como resultado de la pandemia o el confinamiento, eso sería perdonable. No: sucedió por culpa de Netflix.

Me explico: durante unos quince años, Billi y yo hemos acordado una cosa: no más televisión. Durante años todas las noches habíamos arruinado nuestras cenas con esas caras de idiota y las avalanchas de mierda que salieron de ella. No más.

La pantalla de televisión estuvo cubierta por plantas trepadoras, cactus y rododendros, y luego terminó en el basurero. Durante quince años nunca volví a ver la televisión, excepto por unos segundos en cualquier bar infame.

Así me convertí en un desadaptado social. En las conversaciones con conocidos, la mitad de las referencias se me escapaban, personajes muy conocidos eran completamente desconocidos para mí. Tanto mejor para mí si no sabía quién era Giletti.

Luego vino el confinamiento y ¿sabes lo que hice? No fui a comprar otro televisor, no nos excedamos, pero me suscribí a Netflix. Pagué nueve euros y tenía una lista de cosas que no sabía que existían. Más o menos por casualidad elegimos ver algo llamado La casa de papel; creyendo, piensa un poco, que era la traducción de House of Cards. Es una producción española que habla de un robo gigantesco en la casa nacional de moneda. No es un robo en realidad, sino la ocupación del edificio donde se imprime el dinero: el objetivo es imprimir unos 2.400 millones de euros con la colaboración de los rehenes. Entre los rehenes está la hija del embajador británico en España, y los héroes del robo adoptan cada uno el nombre de una ciudad: Tokio, Moscú, Berlín, Nairobi, Río, Denver, Helsinki y Oslo.

Bueno, ahora no voy a contar todo, pero tengo una cosa que decir. La casa de papel es hermosa, abrumadora, mejor que Dostoievski, mejor que Stendhal, mejor que toda la historia de la literatura universal. Por supuesto, algunas cosas pueden parecer exageradas (como la liberación de Tokio por cuatro serbios barbudos). Pero cuando lees la Odisea, ¿cómo puedes creer que Ulises atravesó a nado medio Mediterráneo? Se cree y punto, porque lo dice Homero.

Confieso que siempre tuve una inclinación por los robos, desde que en la prisión de San Giovani en Monte, donde fui detenido por aburridos crímenes políticos, conocí a Horst Fantazzini, que había robado una docena de bancos de la Emilia sin portar un arma de fuego: fue hasta los mostradores simplemente diciendo (ejerciendo lo que los lingüistas llaman “acto performativo del lenguaje»): esto es un robo. Los cajeros le dieron todo lo que tenían a mano y se fue sonriendo alegremente. Una vez en Piacenza, un cajero le dijo que se fuera o llamo a la policía, y Horst (que era un caballero refinado, hablaba un excelente francés, y en la prisión llevaba una chaqueta de terciopelo color amaranto) respondió: lo siento, pasaré en otro momento.

Lamentablemente soy un cagón y nunca me atreví a robar a nadie. Me limité a concebir insurrecciones improbables contra el estado, y vivo con una modesta pensión de enseñanza que probablemente desaparecerá en los próximos años junto con el estado italiano y todos los demás.

Pero en resumen, hasta hace diez días estaba bien informado, leía todos los días el Financial Times, el New York Times, Le Monde, il manifiesto, LAvvenire, El País, más tres o cuatro semanarios y grandes libros de historia y filosofía. Ahora no sé casi nada, no pienso en nada más que en La casa de papel, el simpático profesor, la hermosa Tokio y el enigmático e inquietante Berlín.

Mi odio por los bancos, por el dinero y por quienes lo acumulan en este momento se expresa de esta manera, pero espero que en los próximos meses, mientras el capitalismo continúe colapsando como un castillo podrido, la expropiación se popularice.

Quizás el cambio en mi personalidad también se deba a que se acabó la droga. He leído que las rutas de suministro se han agotado, más o menos, y en cualquier caso los chavales de los que me he reabastecido de combustible no la han visto desde que el virus maldito la separó de mí. La abstinencia no me duele, eso sí. De hecho, sin mis tres canutos diarios, el cerebro se excita excesivamente y concibo pensamientos de los que no debería estar hablando tan felizmente. Solo con ustedes hablo de esto, queridos amigos, pero con la boca pequeña. No se lo digas a nadie.

Sin embargo, este séptimo sello es el último de mi larga crónica de psico-deflación.

Te dejo, no sé qué voy a hacer ahora, pero como sabes, un buen juego dura poco y este ya ha durado tres meses.

Ayer por decreto volvimos a la vida normal. Sort of [algo así].

Como Andrea Grop sugería en un mensaje que compartí de inmediato, la palabra de paso es: ripartire, recomenzar. También nosotros queremos ripartire, repartir, como no. Queremos repartir la riqueza que ha sido privatizada, queremos repartir los edificios vacantes de una institución financiera, queremos repartir el dinero acumulado a través de la explotación del trabajo. La consigna es: distribución, expropiación, socialización de los medios de producción, ingresos garantizados para todos sin distinción de sexo, creencias religiosas y origen geográfico.

Verá que en un año, casi todos entenderán que si los expropiadores no son expropiados, la mayoría de las personas como yo y como usted terminarán en una miseria negra y morirán mal. Y es mejor morir bien que morir mal.

Alguien se preguntó si mejoraríamos o empeoraríamos con el encierro. Depende de lo que signifique: el miedo, el distanciamiento, el chantaje económico ciertamente no nos harán más solidarios, al menos por un tiempo. Los patrones usarán el desempleo como chantaje. Los propietarios de FIAT ya están chantajeando al estado, pidiendo miles de millones de euros para su sucia empresa, que después de explotar a los trabajadores y chupar durante décadas de las contribuciones del estado (no) italiano, paga impuestos en los Países Bajos y despide en Turín y Pomigliano.

Sucederá y sufriremos. Sufriremos muchas cosas en los próximos meses, sufriremos violencia racista contra los migrantes, sufriremos la arrogancia de los patrones y la de los fascistas. Pero no sufriremos para siempre porque el poder no se consolidará, la máquina económica no se reiniciará, está irreversiblemente desquiciada.

Todo será inestable, como un grupo de borrachos en un bote en medio del mar tempestuoso. Debemos prepararnos para un largo período de inestabilidad y resistencia y debemos hacerlo de inmediato. La resistencia significará la creación de espacios de autodefensa para la supervivencia, para la producción de lo indispensable, para el afecto y la solidaridad.

Hay al menos ochenta y cinco de un centenar de probabilidades, de hecho tal vez noventa e incluso creo que noventa y uno, de que la vida social empeore, que las defensas sociales se desmoronen, que las formas de control tecno-totalitario se atasquen en el cuerpo enfermo de la sociedad, que prevalezca el nacionalismo belicista. Es probable probable probable. Quizás inevitable.

Pero si en la víspera de Año Nuevo te hubiera conocido en la calle y te dijera que en tres meses habría treinta millones de desempleados en Estados Unidos, que el precio del petróleo habría caído a cero dólares por barril, que el transporte aéreo se habría detenido en todo el mundo y que, en comparación con esto, el 11 de septiembre es una broma, me habrías hecho internar en el psiquiátrico.

En cambio, aquí estamos.

¿Sabes por qué? Bueno, ya te lo dije no sé cuántas veces: porque lo inevitable generalmente no sucede, de hecho, lo impredecible es lo que siempre prevalece.